El dolor que causaste nunca se va a ir.
No porque quiera aferrarme a él, sino porque hay heridas que van más allá de lo que las palabras pueden explicar.
Me quitaste algo. Tal vez fue la confianza. Tal vez la inocencia. O simplemente la paz de sentirme segura.
Y ese tipo de daño… no desaparece con el tiempo.
He intentado sanar.
He intentado fingir que estoy bien, sonreír como si nada, repetirme que no fue tan grave como lo sentí.
Pero en las noches, en el silencio, todo vuelve.
Los recuerdos, la confusión, ese vacío en el pecho que nunca se va del todo.
Tal vez tú ya seguiste con tu vida. Tal vez lo olvidaste, o te convenciste de que no fue para tanto.
Pero yo… cada vez que miro hacia atrás, recuerdo cómo tus palabras cortaron.
Cómo tus actos me hicieron dudar de mi valor.
Y cómo tu silencio gritó más fuerte que cualquier cosa que hayas dicho.
Te volviste parte de mi historia, no porque yo lo haya elegido…
sino porque entraste a la fuerza y dejaste tu marca.
No te odio.
Eso sería más fácil.
Lo que siento es más pesado: decepción, duelo, una tristeza que no sé cómo explicar.
Quise creer en lo bueno que había en ti. En lo nuestro.
Pero ahora solo me quedan preguntas sin respuesta y un vacío que ningún perdón podría llenar.
Así que no… el dolor que causaste no se va a ir.
Tal vez aprenda a vivir con él.
Tal vez crezca alrededor de la herida.
Pero siempre va a estar ahí.
Callado. Constante. Y real.
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