No eras fría… te apagaron.
Eras de las que entregaban todo sin medida.
De las que escribían para saber si ya había comido,
de las que preparaban sorpresas aunque el cansancio pesara,
de las que lloraban en silencio cuando sentían que el amor se quebraba.
Tú creías en la magia de los detalles, en la complicidad, en los abrazos que lo curan todo.
Pero él llegó… y te fue apagando despacio.
Te dejó hablando sola.
Te cambió por cualquier excusa.
Te ignoró cuando más lo necesitabas.
Te hizo sentir exagerada, demasiado intensa, demasiado tú.
Y sin darte cuenta, comenzaste a guardar el corazón.
Ya no preguntas si comió.
Ya no preparas sorpresas.
Ya no insistes.
No porque hayas dejado de amar,
sino porque entendiste que nadie puede sostener una historia sola.
Hoy muchos te llaman “fría”.
Dicen que ya no eres la misma.
Pero nadie cuenta cómo te rompieron.
Nadie habla de las lágrimas que escondiste,
de las palabras que te tragaste para no discutir,
de las veces que sonreíste cuando por dentro te desmoronabas.
Tú no eras así.
Te hicieron así.
Porque diste demasiado… a alguien que no supo cuidar.
Pero escucha bien:
Dios sí vio tus lágrimas.
Dios sí escuchó tus silencios.
Y Él nunca llega tarde.
A veces permite que algo se apague…
para encenderlo otra vez, pero en el lugar correcto.
No temas si ya no eres la de antes.
Tal vez ahora eres la mujer que al fin entendió
que no merece migajas,
que no tiene que rogar,
que no debe esperar cambios que nunca llegan.
Mereces un amor que no duela,
que no te confunda,
que no te apague.
Y cuando llegue…
no tendrás que insistir.
Porque lo que es tuyo, no te destruye.
Te ilumina.

No hay comentarios:
Publicar un comentario